miércoles, 27 de abril de 2011

Alejandro Dolina y la confusión de los fondos públicos con los privados

Siguiendo otra noticia me encontré en YouTube con un video de Alejandro Dolina en el que el conocido animador trata de demostrar que no hay tanta diferencia entre un canal financiado por el gobierno y otro financiado por una empresa privada. El sofisma me pareció tan común, tan de escuela, tan parecido a otras confusiones similares en las que los argentinos vivimos enredados, que me pareció útil comentarlo. No para ensañarme con él (que seguramente cree en su razonamiento), sino porque se refiere a conceptos que sería fatal confundir.





Empecemos por la finalidad del sofisma. Casi todos tienen una finalidad. La gente no inventa razonamientos tortuosos por mero gusto de confundir al prójimo o engañarse a sí mismo, si no tiene un propósito. El sofisma  propuesto por Dolina tiene una finalidad: demostrar que no está justificado preocuparse porque los dineros públicos paguen periodistas cercanos a tal o cual partido o candidato ¿Por qué no? Porque los canales privados también están pagados con fondos públicos.


Y aquí va la demostración de Dolina. Cuando uno usa un producto cualquiera, un jabón dice él, está pagando con el producto parte del costo de la campaña publicitaria del jabón. Las campañas publicitarias pagan los costos de los canales privados, incluyendo los sueldos de los periodistas. Echando mano al humor, dice Dolina que cada vez que uno se enjabona está pagando el sueldo de un periodista de un canal privado. De modo similar cuando paga impuestos también paga el sueldo de un periodista, pero esta vez de un canal estatal. En ambos casos son dineros del público ¿o no?
¿No es entonces hipócrita, o al menos superficial, poner el grito en el cielo porque un gobierno use dineros públicos para pagar a un periodista que le es favorable, cuando los periodistas que se dicen independientes del gobierno reciben su sueldo de la misma fuente, es decir, del público?


En ese sentido, incluso se podría decir que ninguna empresa es en realidad privada, pues todas reciben dinero del público que les compra cosas o contrata servicios con ellas. Tanto la tintorería de la esquina como los diarios financiados por el Poder Ejecutivo reciben dinero del público.
Quiero que se fijen en que además de una finalidad, los sofismas tienen otra cosa que casi todos comparten. Casi todos intentan arrasar diferencias relevantes. Intentan demostrar que una distinción que solemos aplicar para entender la realidad no tiene justificación racional. En una mirada desprejuiciada, se comprueba que no había ninguna diferencia. Enjabonarse o pagar impuestos.


Pero ¿es verdad que la distinción entre empresa pública y privada se basa en un prejuicio que ahora Dolina ha puesto jocosamente al descubierto? Pensemos en las diferencias: cuando yo compro el jabón obtengo una cosa (el jabón) que yo decidí comprar. Cuando pago un impuesto no decido nada: ni cuánto pago, ni qué cosa obtengo. Si una empresa pública me da algo que yo no quiero o que detesto, no tengo remedio.


Además, no hay una sola empresa de jabón, ni un solo canal privado. Es imposible que una empresa de jabones determine la línea editorial de un canal, mucho menos de todos los canales. Pero hay un solo gobierno, y él domina todos los canales del Estado.


Hasta allí tenemos muchas diferencias reales, ninguna de ellas basada en prejuicio. Pero hay más todavía. Los gobiernos tienen el monopolio de la fuerza, y eso es necesario pero muy peligroso. Por más que  busquemos ejemplos de empresas dañinas, ninguna ha cometido nada siquiera cercano a los crímenes de los gobiernos de Hitler, Mao, o las Juntas Militares. Por eso mismo existen las constituciones que limitan de mil maneras el poder de los gobiernos. Por eso se inventó la división de poderes, para que el monopolio de la fuerza esté al menos dividido en ramas, legislativa, ejecutiva y judicial. Para eso existen las elecciones periódicas, para tener la esperanza de que nadie se eternice en el uso de la fuerza. Nada de eso es necesario con los vendedores de jabones ni con las empresas de televisión. Bastan las leyes comunes.


Anotemos entonces otra característica que casi todos los sofismas de este tipo comparten: cuando borran diferencias igualan siempre para abajo. Se trata de borrar o al menos borronear los conceptos que nos permiten pensar sobre cuestiones morales. No se trata de igualar, sino de degradar. Quien dice "en el fondo todas las mujeres son iguales" no lo hace para expresar una opinión muy elevada de ellas. Quien dice "todos los políticos son iguales", no intenta decir que cree que todos sean admirables. ¿Por qué es importante demostrar que todo es igual, que nada es mejor? Porque entonces podemos aplaudir lo peor sin el molesto sentimiento de la vergüenza.
 Es un hecho extraño pero cierto que mucha gente cree inmediatamente todo lo que parece revelar una verdad sórdida y oculta. Miran con desconfianza inextinguible todo lo que pueda parecer honrado, pero les complace ser engañados por cualquier embaucador que diga haber descubierto manchas de barro en la flor más pura.
La historia, las leyes, nuestra Constitución misma nos muestran que no podemos tratar al gobierno como si fuera una empresa de jabones. No podemos igualar la publicidad pagada por una marca con la pagada por un gobierno. No podemos pensar que si está bien que el dueño de la empresa le compra una joya a su esposa con lo que entra por la venta de jabones, entonces no hay razón para ser prejuiciosos y poner el grito en cielo si lo hace un presidente con lo que se recauda por impuestos. Ambos son dinero pagado por el público ¿no? En el fondo, allá en fondo, muy abajo, todo es lo mismo.

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